“Cuando muchacho jamás leía historietas. Incluso de adulto leí muy poco sobre el tema, asi que no soy de ningún modo un erudito. Me acuerdo, si, de El Hijo Adoptivo, una historia ilustrada muy elementalmente que aparecía en Billiken y con algunas chispas de modernismo, como que en ella hasta aparecía un aparato anfibio, toda una novedad para la época.”
“Mis personajes siempre fueron coherentes consigo mismos, y jamás tuvieron una conducta maniquea. Algunos de ellos, como el Sargento Kirk —un ex sargento de caballería norteamericano, que renegó del Ejército porque advirtió que los indios a los que debía perseguir eran tan seres humanos como él mismo— llegaron a expresar la simpatía que siempre sentí por el indio, Este personaje —nació alrededor de 1951, murió en 1956, resucitó en Italia hace unos años, creo que ya murió definitivamente—, junto con un indio, un médico y un cabo, llegó a formar un mundo de amistad, una especie de comedia de la vida que facilitaba al lector entrar en ella, y todo esto tenía un secreto: el Sargento Kirk y sus compañeros eran tan héroes como el lector de historietas, a veces fracasaban, casi nunca eran perfectos.”
“Además de buscar centros de interés para un lector de entre 13 y 18 años, siempre traté de dar un mensaje subyacente, aun cuando lo que pasara en el país y en el mundo no influyera directamente en mis personajes: en parte eso era así porque el proceso no estaba claro, pero este punto tiene mucho que ver con mi propio proceso de maduración y deformación profesional. Indudablemente yo no interpretaba tan bien el fenómeno social como ahora.”
“La ausencia de héroes y protagonistas nacionales está provocada por el hecho de que un héroe importado es más barato que uno local, y además ya viene fabricado, no hay más que traducirlo: el resultado es que el personaje que viene de afuera provoca en el lector un alejamiento de lo nuestro. Una de esas deformaciones se advierte cuando, a través de la historieta clásica, un chico argentino sabe más sobre la guerra de secesión norteamericana que sobre las guerras civiles en el país. En ese sentido habría que hablar mucho sobre las historietas argentinas. Fabián Leyes, por ejemplo, vale por su clima, por el respeto a las cosas nuestras, a nuestra tradición, pero como héroe no vale gran cosa, porque está siempre en lo intrascendente, la suya es una historia de radioteatros baratos.”
“En cuanto a Mafalda, si fuera un personaje mío trataría de quererla más, a ella le falta cariño. No me explico cómo siendo tan inteligente todavía no encontró la ternura, la poesía. Pero considero que es una de las mejores historietas argentinas. Para volver a las carencias de la historieta argentina, lo fundamental es que sus héroes no representan la realidad nacional. Y las causas de esta carencia habría que buscarlas en el mismo hecho que provoca la falta de una literatura de aventuras que refleje lo nacional. Quizá todo resida en que nosotros no nos consideramos capaces de ser protagonistas.”
En: "Historietas: el quinto poder". Revista Siete Días, nro. 204, 12 de abril de 1971.