La carrera de un dibujante ilustre
Solano López:
"Me gusta dibujar mucho y de todo"
Nota y entrevista de Osvaldo Aguirre
Revista Paredón y después, Mar del Plata 1er semestre de 1998, nro.9
Después de haber vivido durante más de quince años en Europa y Brasil, Francisco Solano López regresó en 1996 al país. Concretamente a Buenos Aires, la ciudad donde nació, en 1928, “el lugar que fue mi ambiente, donde me crié y me eduqué” y el escenario de muchas de sus historietas. Y de una de las obras maestras del género: El Eternauta, la crónica de una invasión extraterrestre escrita por Héctor Oesterheld.

Durante el prolongado exilio, Buenos Aires se mantuvo presente en su memoria, es decir, en sus dibujos, como lo demostró la excelente saga de Evaristo (con guiones de Carlos Sampayo) o el fugaz intento de Corrientes (con Guillermo Saccomanno). “Ahora (la ciudad) está un poco cambiada. Pero andando por los barrios es reconocible todavía: las casas, los adoquinados, los árboles... Falta el vigilante de polainas charoladas en la esquina”. Sin embargo, el pabellón de la plaza Sucre, en Belgrano, donde Juan Salvo y el tornero Franco enfrentaban a un mano, conductor de las tropas invasoras de Buenos Aires, “está exactamente igual a como lo dibujé”.

LOS 600 CUADRITOS

La iniciación en el dibujo se remonta a la más temprana infancia. Entre otros intentos, Solano López recuerda, con una sonrisa, que “una vez hice un dibujo de mi padre, una tía lo vio y ' esa noche se lo mostró”. Las salidas al cine, también junto a su padre, alimentaron su imaginación en esos años, además de proporcionarle material para dibujar “durante días”. Después, ya empleado en un banco y con una carrera universitaria iniciada, llegaría el momento de la visita al dibujante consagrado. “Fui a verlo a (José Luis) Salinas, para mostrarle mis dibujos. Me dijo que tenía posibilidades, pero que debía dedicarme completamente, que no podía ser dibujante y a la vez estudiar abogacía”. Esa dedicación fue posible hacia 1953, luego de un acuerdo con la madre. “Le adelanté una suma de dinero y le dije que si en un año no me ganaba la vida como dibujante profesional iba a renunciar”. Al cabo de ese tiempo, Solano López ya trabajaba para editorial Abril, uno de los sellos más importantes de la época.

Pero el comienzo tuvo lugar en editorial Columba. “Comencé haciendo Perico y Guillermina, en El Tony, con guiones de un escritor muy conocido en la época (Roger Plá). Era la historia de un chico con su bicicleta. Después, ya para editorial Abril, en Rayo Rojo, dibujé Urna Urna, una historieta fantástica que me sirvió de preparación para tomar Bull Rockett, que hacía entonces Paul Campani. Me mostraban los originales, para que estudiara el estilo”. Con el primer trabajo en Abril se produce además el encuentro con Héctor Oesterheld, autor de los textos.

La colaboración con el escritor continúa con Bull Rockett (1955-1959), historieta que asocia elementos del género fantástico y de la ciencia ficción, y adquiere su grado más intenso a partir de 1957, cuando Solano es convocado por el propio Oesterheld para trabajar en las publicaciones de su editorial, Hora Cero y Frontera. La fecha señala un hito para la historieta argentina, que a partir de esas pequeñas revistas de formato apaisado cambia drásticamente sus temas y lenguaje. En ese salto, Solano López cumplió un papel relevante, no sólo por la realización de El Eternauta (1957-1959), sino también por otras series desarrolladas asimismo junto a Oesterheld y opacadas en el recuerdo por aquella for¬midable historia de la invasión extraterrestre a Buenos Aires.

La aventura de Juan Salvo se anticipó de alguna manera, en Hora Cero, al publicarse Rolo el marciano adoptivo (1957), relato de la invasión de los “pargas”, extraterrestres camuflados bajo apariencia humana y que, curiosamente, se desintegran cuando se les pega una trompada. Otra serie de ciencia ficción, Rul de la luna (1958), apareció en Frontera Mensual. Se trataba de “un niño que era secuestrado por selenitas, a los que les hacía caras de media luna; a la nena que lo acompañaba, de unos doce años, le dibujé minifalda, antes de que existieran, porque quería que se viera hermosa”. En Hora Cero Mensual se publicó otra gran saga, Amapola Negra (1958), protagonizada por la tripulación de un bombardero americano en la Europa ocupada de la Segunda Guerra Mundial.

Los episodios, titulados con el número ordinal de la misión, ponían de relieve ante todo la carnadura humana de los personajes, cuyo heroísmo incluía las emociones más comunes. El tratamiento gráfico de esta concepción del personaje es una marca del estilo de Solano López, que suele relevar la más amplia gama de expresiones y gestos. Además de Spitfire (1958), donde un grupo de niños contribuye a la resistencia antinazi en Francia, el tema bélico retorna en los capítulos de Ernie Pike, serie iniciada por Hugo Pratt y continuada también por numerosos dibujantes de la editorial. Entre los capítulos dibujados por Solano, se destacaron “El combate del Duquesa”, con notables escenas submarinas, y “Dunkerque”, donde la famosa evacuación es narrada a través de la aventura de dos adolescentes.

Joe Zonda, copiloto (1958), publicada en Frontera, ofrecía elementos de un humor delirante. El personaje, un provinciano recién llegado a la capital, se emplea en una compañía aérea que “transporta de todo”; allí hace valer un heterogéneo conjunto de saberes -desde aviación hasta apropiadas citas de Confucio, en su idioma-, todos aprendidos por correspondencia. “Nos divertíamos mucho con las historias de Joe, que eran muy locas y disparatadas. Lo interesante era el villano que, como los de Batman, siempre reaparecía. Joe terminaba tirándole una bomba atómica a Octopus, pero en el episodio siguiente Octopus estaba otra vez ahí, haciendo lío”.

Tal cantidad de trabajo exigía todos sus esfuerzos. “Después de terminar mi último episodio de Bull Rockett, me dediqué exclusivamente a (la editorial) Frontera, porque cada vez se nos ocurrían cosas nuevas y Héctor siempre proponía ideas. Y como a mí me gusta dibujar mucho y de todo, siempre decía que sí. Un día hicimos la cuenta con Julio Schiaffino: hacíamos como 600 cuadritos por mes. En aquella época contábamos por cuadritos, no por página”.

El éxito de las ventas permitía que la editorial ofreciera los mejores sueldos del mercado de entonces. “Pagaban una tercera parte más que Abril. Pero no lo pagaban todo: pagaban igual que Abril y esa tercera parte la anotaban en un cuadernito (risas). Teóricamente era la base para una futura participación de capital en una sociedad que nos proponía Oesterheld”.

EL OJO DE LA CÁMARA

El 4 de septiembre de 1957, en Hora Cero Semanal, se inicia la publicación por entregas de El Eternauta, la obra maestra de la historieta argentina; “Héctor nos había preguntado, a los dibujantes que trabajábamos con él, qué historietas queríamos hacer. Y yo le pedí una serie de ciencia ficción, pero realista: no ya al estilo de Rolo..., que era muy esquemática, o de Rul de la luna, muy alejada de la cosa cotidiana”.

De la conjunción de ese deseo con la fascinación de Oesterheld por la idea de Robinson Crusoe y su oposición al modelo tradicional de héroe surgió entonces la odisea de Juan Salvo y su grupo de amigos. Invasores provenientes de un planeta desconocido desencadenaban una nevada radiactiva, para ocupar la Tierra a través de sus esclavos manos, gurbos, cascarudos y hombres-robot. Los sobrevivientes, un grupo de hombres comunes, debían organizar la resistencia.

En 1953, Rodolfo Walsh había notado que “se admite ya la posibilidad de que Buenos Aires sea el escenario de una aventura policial”. La obra de Oesterheld y Solano López concretó esa posibilidad en la historieta y la ciencia ficción. En el dibujo, la ciudad no es meramente el trasfondo de los hechos sino que cumple un papel dramático. La minuciosidad docu¬mental con que Solano presenta la cancha de River Plate, los subterráneos de Plaza Italia, las calles y las casas, los interiores de una ferretería, da el efecto siniestro implícito en la invasión, que supone la pérdida y extrañamiento de lo que era conocido y familiar. “Solano López -reconoció en su momento Oesterheld- logró un clima que superó todas las expectativas”. Otro registro de este “clima” tiene lugar en el cierre de las entregas, por lo general un cuadro donde se introduce un elemento nuevo, sin texto, o bien donde se muestra determinada reacción de un personaje, sustrayéndose aquello que causa su emoción. Además del suspenso así creado, lo notable es la carga de sentido que ofrece el dibujo y su funcionamiento narrativo.

“A mí me interesaba que las expresiones no sólo faciales sino corporales, los gestos, la actitud física, acompañaran la personalidad de los personajes y lo que estaban siendo o diciendo. Que lo gráfico fuera un apoyo no repetitivo, sino que agregara más elementos, que sugirieran y completaran una realidad”. El valor narrativo del dibujo se percibe en las secuencias mudas (la huida de Polsky bajo la nevada, ante la mirada consternada de sus amigos) y sobre todo en el movimiento de lo que Solano llama “el ojo de la cámara”, el desenvolvimiento y la disposición de las imágenes.
Ahora, a pesar de recordar que cuando la dibujaba “se reunían familiares y amigos junto al tablero, para saber qué le pasaba a Juan Salvo” y aunque reconoce haberse empleado a fondo en la historieta, Solano dice que “El Eternauta fue para mí una serie más entre todas las que estaba haciendo”.

LA ESTUDIANTE Y EL COMISARIO

Al terminar esa serie, a mediados de 1959, comenzó a trabajar para la editorial inglesa Fleetway, con la que estuvo vinculado durante quince años. “Todo estaba muy bien (en Frontera), trabajábamos muy contentos, las historietas eran muy lindas para nosotros y Héctor tenía una capacidad de guionista y una imaginación insuperables. Pero esas promesas del comienzo, de asociación, derechos de autor y ventas al exterior, no se tradujeron en hechos concretos. Pasaron los años, nunca nos dijeron nada y encontramos una oferta mejor”. En 1963, una sucesión de huelgas del correo actuó como detonante para que decidiera emigrar por primera vez. “Empecé a hacer pocket books de historias de guerra, de la RAF, porque había mandado unas muestras de aviones que gustaron. Pero tenía ganas de hacer una historieta semanal. Y cuando mandaron el primer guión quedó parado porque hubo una huelga de cuarenta días en el correo. Me mandaron un duplicado y a los dos meses volvió a pasar lo mismo. No me la banqué más”.

Permaneció radicado entonces tres años en España, uno más en Italia y al regresar “armé un equipo de cinco ayudantes, pasé a mandarles cien páginas por mes y conseguí que el agente rebajara su comisión: entonces producíamos bien, mucho, y ganábamos bien todos”.

El segundo exilio se abrió en 1977, después de la fallida realización de la segunda parte de El Eternauta, entorpecida por los propósitos de alegoría política de Oesterheld, por entonces integrante de Montoneros recluido en la clandestinidad y poco después asesinado por fuerzas militares. Ese año marca el inicio del trabajo junto al guionista Ricardo Barreiro, con Slot Barr, serie de ciencia ficción protagonizada por un viajero del espacio. En este caso, dada la ausencia de referente “real”, “tenía que inventar todo, aunque tal vez hacía una síntesis inconsciente de películas que había visto y de libros”; no obstante, hay un simulacro de relato documental, ya que se ofrecen páginas de una “enciclopedia galáctica abreviada”. Luego seguirían las “ficciones paranoicas” de Ministerio (publicada en Argentina en 1986), y El Instituto (idem, 1989), ésta con toques eróticos, y El televisor (idem, 1991), una delirante serie de peripecias a través de escenarios exóticos.

Pero Solano López llevaba consigo un proyecto inconcluso sobre la Guerra del Paraguay. Se trataba de un viejo deseo, que prácticamente lo acompañaba desde su infancia y que se fundaba en parte en su parentesco con el caudillo del mismo nombre. “Soy bisnieto del hermano menor de Francisco Solano, que era prefecto de Asunción. Cuando Solano se retiró hacia el norte, el ejército se lo llevó prisionero, porque sospechaba que estaba conspirando contra él, y allí murió. En la ciudad quedó mi bisabuela con sus hijos, y cuando llegaron las tropas argentinas resolvió radicarse en Buenos Aires. Mi nombre fue producto de la admiración que tenía mi padre por su tío abuelo”.

Ese proyecto, encarado con su hijo Gabriel, tendría un cumplimiento parcial. “Como no encontramos aceptación en los editores, quedó un capítulo de diez o doce páginas que después se publicó como una historia unitaria. Iba a ser el prólogo de un relato largo de todo lo que ocurrió en la guerra del Paraguay. Cuando vimos que no tenía gancho, Gabriel resumió la historia, enfocada en la contraposición del líder y un oficial que fue testigo de su muerte. Cuando Solano cae del caballo, herido, les dice a sus ayudantes que se vayan y se enfrenta solo a la partida de brasileños que lo viene a buscar. Y ficción o realidad, hacemos que este oficial contemple desde unos matorrales la muerte del líder”. Previamente, había adaptado algunos cuentos de Gabriel, bajo el título de Historias tristes, donde abordó “el problema existencial que produce el enfrentamiento con temas políticos o sociales, y la situación del exilio”; pero el momento más logrado de la colaboración entre padre e hijo tuvo lugar con Ana (1983).

La historieta, publicada en Europa, Estados Unidos (una hermosa edición de Fantagraphics Books, 1991) y parcialmente en Argentina, se sitúa en un futuro próximo, donde se ha desencadenado una guerra. El conflicto aparece en principio como trasfondo de la angustiada reflexión de la protagonista, una estudiante universitaria que aún se interroga por viejos ideales. Aunque piensa que la historia es “una serie de proposiciones absurdas”, Ana cree a la vez que “un aislado acto de heroísmo” puede cambiar su curso. No obstante, ella también sucumbirá a lo que se trama en el entorno: tras perder su libertad, reducida a un vínculo amoroso esclavizante, Ana buscará la muerte. Además del notable trabajo del dibujante -sobrecogedor en el último capítulo, cuando una multitud de buitres invade París-, el impacto de la historia se desprende de su forma narrativa, que trama sueños, alucinaciones, saltos cronológicos y montajes de todo tipo.

La otra gran serie de este período es Evaristo, sobre el mítico comisario Meneses, que alcanzó notoriedad en los años ‘50. “Conversando con Sampayo, se nos ocurrió primero una historieta comercial, de serie negra, que era la vena que él tenía. Hicimos algunas pruebas con personajes de carácter internacional, como para que pudiera andar en todas partes, y entonces nos preguntamos: ¿por qué no puede ser argentino? Llegamos a la conclusión de que si el personaje está bien pensado y tiene suficiente fuerza podía estar ambientado en cualquier lugar; si la representación gráfica y el clima de la historia en que se desenvuelve el personaje están hechos con convicción, con propiedad, la historieta va a llegar al lector, aunque no sepa dónde queda eso.

Entonces nos mandamos un comisario argentino, un chinazo. 'Y por qué no Evaristo', me decía Sampayo. 'Dale, Evaristo'. '¿Te acordás de Evaristo Meneses?'”. La historieta, sin duda el mejor relato de la narrativa policial argentina, recrea el paisaje de la ciudad, las calles y los bares, los trenes y los colectivos, los hoteles de Constitución, con sus habitantes (canillitas, marineros, prostitutas, hombres y mujeres comunes, etc.). El ojo de la cámara se mueve en este caso desde el centro hasta los barrios (el episodio “Gitanos”) e incluso hasta el interior del país (la excelente historia de “La sangre de los viajantes de comercio”), “barriendo” siempre con minuciosidad el área que recorre. “Lo hacía con ganas porque me gustaba la ciudad y en esa época no estaba en Buenos Aires; entonces era una manera indirecta de revivir, de alimentar mi nostalgia. Lo dibujaba solo, sin ayudantes, y me tomaba mucho tiempo”.

Historieta policial, fantástica, de ciencia ficción, relato político e histórico, adaptación de obras cinematográficas y literarias (entre ellas, una notable versión de “Cabecita negra”, de Germán Rozenmacher, en 1986): Solano López ha trabajado todos los géneros. A tono con la época, incursiona ahora en el erotismo, con Silly symphony, ya que “me divierto con las chicas lindas, desnudas, haciendo cosas osadas (risas)”. A la vez se prepara para realizar para la Roger Corman's Cosmic Comics la adaptación de varias películas de ese director. Ya en 1991, con guión de Jim Woodring, dibujó para Fantagraphics Books una versión de Freaks, pesadilla filmada por Todd Browning con fenómenos de circo. Por si fuera poco, con Juan Sasturain discute mientras tanto la continuación de El Eternauta. “Habría que hacer una historia que tuviera una referencia a la primera, que reprodujera en cierta forma lo acontecido en la primera, todo lo que tuvo significado y fuerza, pero con una perspectiva actual, atenta a todo lo que el público perdió ingenuidad y ganó en curiosidad y percepción”.

Solano López es el último “grande en actividad de la llamada edad de oro de la historieta argentina. La pasión por dibujar, que significa constante búsqueda de renovación y experimentación, siempre dentro de la historieta entendida como narración, se mantiene tan pujante hoy como en los comienzos, cuando retrataba a los personajes que descubría en el cine. “Lo que me interesa es que la historia sea buena. Quizá a otros dibujantes les pase como a mí, que si la historia no tiene consistencia no se sienten poseídos, como pude haberme sentido con El Eternauta, Ana o Evaristo. Uno se mete adentro de la historieta, la vive y pone todos los sentidos para tratar de sacar el máximo desde el punto de vista gráfico. Para hacer una narración lo más comprometida posible con la historia”.