Los cuentos de Oesterheld
Reportaje de Mario de Moraes
Revista O´Cruzeiro Internacional
16 de enero de 1959 (Año 3, #2)
Héctor Germán Oesterheld en su estudio.
Randall, el cowboy, levantó el cuerpo frío e inerte de Martine, y con paso torpe, lo llevó hasta el lugar deseado, el único digno de ella. Parecía imposible, pero era verdad, una dolorosa verdad: Martine, su amada, ya no existía, ya no podría corresponder a sus apasionados besos. Para él, nada más importaba. Había olvidado que él mismo estaba herido. Se detuvo extenuado. La fosa estaba lista. Depositó en ella el cuerpo de su amada y la adornó luego con flores que recogió en las cercanías. Sentía que sus fuerzas le fallaban. Con un último aliento, cubrió de tierra la sepultura. Solo entonces comprendió que también para él se aproximaba el fin. Sus heridas, reabiertas, sangraban de nuevo. La roja linfa mezclábase con el barro de la tierra recién removida. Cayó de bruces sobre la sepultura. La vista se le iba enturbiando. Un extraño torpor invadió todo su cuerpo y Randall no vio nada más. Iría con Martine...

Así terminaba la carrera del cowboy Randall. De aquel que había sido, durante varios meses, el héroe favorito de miles de argentinos que venían siguiendo semana a semana sus electrizantes aventuras. O mejor dicho, así estaba pensado que teminara la vida de ese personaje. Pero pronto comenzaron a llegar las cartas. Una detrás de la otra, todos los días, en gran cantidad. Randall -opinaban los lectores- no podía morir. En una de esas cartas, una joven que confesaba tener 20 años de edad le decía al autor: "Me apasioné por Randall y no puedo vivir sin él. Adoro su comportamiento y su temple ejemplares. Lo daría todo por ser su amada, su Martine, aún cuando para eso tuviese que morir".

Héctor Germán Oesterheld, el autor de la historia, lo pensó mejor. Llamó al dibujante, Arturo del Castillo, y entablaron nuevas negociaciones. Castillo, había abandonado la profesión de ilustrador por motivos personales pero regresó para dibujar a Randall. Oesterheld podría haber buscado otro dibujante, pero no habría sido lo mismo. Nadie como Castillo para retratar las duras facciones de aquel cowboy sentimental.

Randall, sin embargo, era solo uno de los héroes creados por la prodigiosa imaginación de Oesterheld. Con 30 años de edad, de ascendencia alemana, Héctor, que nunca había salido de la Argentina, ofrecía a sus lectores un maravilloso mundo de aventuras ambientadas en distintos lugares del mundo.

Randall, the killer
Otro de los grandes personajes de Oesterheld

Todo había comenzado años atrás. Héctor estudiaba geología, pero le gustaba escribir cuentos. Un buen día un amigo le expresó su deseo de leer uno de ellos. Era la historia de dos duendes: Truila y Miltar. Le dijo que se lo mostraría a una amiga.

Cuál no sería la sorpresa de Oesterheld cuando, el domingo siguiente, vio su cuento publicado en el diario La Prensa. En sus propias palabras: "Mi madre estaba trabajando en la cocina. Fui para allá y le mostré el diario sin decir nada. Ni siquiera lo miró, tan ocupada estaba en preparar los tallarines. Entonces le insistí, diciéndole que si se fijaba bien, encontraría una sorpresa. Apenas llegó a ver mi nombre impreso debajo del cuento y ya no pudo leer más. Las lágrimas se lo impidieron. Tuve que leérselo yo. Fue una de las mayores emociones de mi vida".

El cuento gustó mucho y pronto le pidieron más. En poco tiempo Oesterheld se convirtió en autor de libros para niños, que relataban las historias de distintos animalitos. El éxito fue rápido. Por esa época Héctor Oesterheld trabajaba para una gran firma como geólogo y escribía libros para niños en sus ratos libres. Hasta que un buen día la misma editorial le pidió que escribiera un argumento para una historieta que debería salir en una de sus revistas.

Oesterheld escribió una historia, que tenía lugar en África y que trataba sobre la esclavitud. Al comienzo de la misma ocurría un terrible asesinato. Los editores quedaron entusiasmados. "Oesterheld – le dijeron –, usted conoce a fondo la materia." Y así fue cómo Héctor abandonó la geología y quedó como guionista de historietas de la editorial. Allí creó sus primeros héroes: Bull Rocket, un hombre de ciencia, y el Sargento Kirk, una especie de cowboy que se ve involucrado en distintas aventuras en el Lejano Oeste.

La gran aceptación que tuvieron esos dos héroes entre el público argentino impulsaron a Oesterheld a publicar por cuenta propia varios libros con las aventuras de Bull Rocket y el Sargento Kirk. Tuvo entonces la idea de lanzar dos revistas de historietas (Frontera y Hora Cero), con argumentos de su propia autoría. Armó un grupo los mejores dibujantes de su época, y con gran esfuerzo se lanzó al mercado, hasta entonces ocupado casi por entero a los norteamericanos.

Así fueron surgiendo nuevos héroes: Ticonderoga, que vive aventuras poco antes de la independencia de los Estados Unidos, y vive en lucha constante con los indios; Tip-Kenya, un cazador que conoce la vida íntima de todos los animales; Ernie Pike, corresponsal de guerra, que narra historias donde los actos de coraje pueden partir por igual de un norteamericano, un alemán o un japonés. Oesterheld explica: "En todas partes hay buenos y malos".

A través de un reportaje publicado en una revista europea, Oesterheld se enteró de la historia de un corresponsal de guerra norteamericano que había muerto en Italia. Se llamabae Ernie Pyle. Impresionado con la vida de ese hombre que, para mandar noticias a su periódico, enfrentaba los mayores peligros, Oesterheld creó la alta y delgada figura del corresponsal de guerra Enrie ike. Cuando el dibujante, Hugo Pratt, le trajo los primeros dibujos, Oesterheld quedó sorprendido. El héroe tenía el rostro de su creador. Pratt había dibujado a Ernie Pike con el rostro de Oesterheld.

Otro de los personajes de Oesterheld es Leonero Brent, un cowboy redimido que captura a otros bandidos para recibir las recompensas y donarlas a una institución de caridad. Joe Zonda, personaje autodidacta que aprendió todo lo que sabe lo por correspondencia; Rolo, el marciano adoptivo, que cuenta la historia de la invasión a la Tierra por parte de seres de otro planeta que pueden alterar las facciones de cualquier persona, dándole el aspecto de quien elijan. En uno de los capítulos aparecen el Presidente de la Argentina, Frondizi, y su doble, creado por los invasores; Cayena, la historia de un hombre inocente que ha estado preso en la célebre prisión de la Isla del Diablo, y que, sin ayuda de la policía, se dedica a capturar malhechores. El Eternauta, quizá, la mejor de todas las creaciones de Oesterheld, es la fantástica historia de un hombre que descubre que la TIerra ha sido invadida por seres de otro planeta y que lucha por sobrevivir junto a su familia y amigos, experimentando las más increíbles y sobrehumanas aventuras.

Oesterheld suele escribir (siempre a mano) una historia por día. Sus revistas circulan en todos los países de Latinoamérica. Trabajan a su servicio veinte dibujantes; los más conocidos son Hugo Pratt, Solano López, Arturo del Castillo, Haupt y Roume. Un editor italiano compró todas sus historias. Francia adquirió los derechos sobre las aventuras de Randall y Ticonderoga y España publica las de Ernie Pike y Ticonderoga. Por primera vez un país sudamericano exporta historietas ilustradas a Europa.

"Trabajo unas ocho horas diarias" – dice Oesterheld –, "sin horario fijo (por la mañana preferentemente). Leo mucho, en especial a los grandes autores de relatos de aventuras y a los cuentistas. El único estimulante que uso cuando me faltan las ideas son algunos long-plays: Beethoven, Mozart, Debussy y hasta algo folklórico. Mis hijas (tengo cuatro, muy chicas) son otro gran estimulante. Entran y salen de mi estudio cada vez que se les antoja (naturalmente, para ellas un problema grave es un lápiz roto, una muñeca que no quiere vestirse o un juguete que se desarmó). Tengo muy mala memoria para lo que escribo: en dos o tres días olvido por completo episodios enteros de mis historias. Creo que es una defensa psicológica; si no los olvidara, tantos personajes y tantas situaciones acabarían por volverme loco. Prefiero narrar historias que tienen lugar en el mar, en el desierto, al aire libre. He andado bastante tiempo por la Patagonia, y me es fácil 'vivir' el desierto del Far-West norteamericano, sin haberlo conocido nunca. Siempre intento que mis historias tengan una mezcla acción, fuerza y emoción, con énfasis el aspecto humano. La historia ideal es la que sacude al lector al comienzo, lo apasiona en su desarrollo y lo conmueve al final. Si a eso se le puede agregar ternura, se llega a la perfección."
Parece un muy buen plan de trabajo para un escritor.